Déficit
Cero...En Promedio
El déficit cero está de moda. El gobierno anuncia a
bombo y platillo que ha equilibrado el presupuesto y, no satisfecho con
semejante hazaña, ahora busca aprobar una ley que ligue de manos a los futuros
gobiernos obligándoles a conseguir también el déficit cero.
En general, no es bueno que las administraciones se
endeuden sistemáticamente. Como el resto de nosotros, los gobernantes deben
entender que no pueden gastar siempre más de lo que ingresan. En un sistema
político donde se ganan votos prometiendo de todo (es decir, gastando mucho) y
no perjudicando a nadie con impuestos (es decir, recaudando poco), los
gobiernos tienen la tendencia a generar déficits excesivos. La imposición de
algún tipo de disciplina fiscal a quien administra nuestro dinero es, pues,
saludable.
Pero una cosa es no generar déficits sistemáticos y
otra muy distinta prohibir los déficits por ley. Recuerde el lector que
equilibrar el presupuesto es equivalente a no pedir prestado: cuando uno quiere
gastar más de lo que gana, debe financiar la diferencia con un crédito.
Obligar, pues, al gobierno a conseguir el déficit cero es equivalente a
prohibirle pedir créditos. Y eso es malo.
Las finanzas del gobierno son como las de una familia
(pero a lo grande). Cuando una familia se endeuda sistemáticamente, tiende a
gastar demasiado en cosas innecesarias y debe utilizar una parte excesiva de
sus ingresos para pagar los intereses. Ahora bien, eso no quiere decir que la
prohibición de los créditos familiares sea deseable. Si lo hiciéramos, pocos
podrían comprar casa o coche y pocos podrían montar negocios.
Este argumento, que parece claro para el caso de las
personas, se aplica también a las administraciones públicas. Imaginemos que
descubrimos una tecnología fantástica que, si se implementa, nos permitirá
crear empleo, riqueza y crecimiento, pero que requiere una gran inversión en
infraestructuras públicas. La pregunta es: ¿cómo financiaremos tan deseable
inversión? Lo normal sería ir al Banco a pedir un crédito. Ahora bien, si el
gobierno se ata de manos y se obliga a sí mismo a presupuestar un déficit cero,
se cierra esa vía de financiación. Una alternativa sería ahorrar durante 20
años hasta generar el suficiente capital. Para entonces, otros países se nos
habrán adelantado y la inversión ya no tendrá sentido. Otra posible solución
sería aumentar los impuestos, pero eso también sería malo porque reduciría la
inversión y el consumo privado. La tercera alternativa sería reducir el gasto
público. Si ese gasto era necesario, se perjudicará a los ciudadanos o a la
economía y si no lo era, se debería haber eliminado con anterioridad en lugar
de esperar a tener la necesidad de hacerlo. Dado que todas las alternativas son
insatisfactorias lo más probable es que, sin déficit, el proyecto nunca se
lleve a cabo. Dicho de otro modo, la ley de déficit cero podría tener serias
consecuencias adversas sobre el crecimiento a largo plazo.
Si es cierto que, por un lado, hay que obligar al
gobierno a mantener una disciplina fiscal, pero por otro lado, hay que dejarle
tener déficits en casos especiales
.
Xavier
Sala-i-Martín, Catedrático de Columbia University y Profesor de la Universitat
Pompeu Fabra.
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